EL SOPLO DE UN VIENTO abrazador que golpea mi ventana me
despierta sin piedad alguna a las 5:00 de la mañana. No es día de trabajo, sin
embargo, sucumbo ante la encantadora invitación de la brisa que también golpea
las puertas del apartamento que mi familia y yo rentamos por unos días en la
ciudad de Santa Marta - Colombia.
Descalzo y sin preocupaciones
encima, me asomo al balcón y logro apreciar que tímidamente el sol se asoma a
lo lejos del mar, y con su brillo me permite detallar los hermosos colores del
mar, las aves que revolotean sobre sus aguas esperando un rico pez qué comer, y
lo habilidosos que son los pescadores en su rutina diaria de trabajo.
Ante una postal de éstas, me
apresuro a buscar algo decente de vestir, alisto mi cámara fotográfica y, en
compañía de mi padre recorremos con calma cada rincón del sector llamado El Rodadero.
El olor a pescado es inevitable,
tanto o más como la alegría que me produce el regresar al mar luego de cinco
años. Tiempo en el cual aprendí a valorar la riqueza natural de mi país, los
espacios mágicos para sonreír con mis progenitores, y la sensación de ser
cubierto por el surco de las olas del mar, mientras juego como niño al lado de
mi hermana.
Fueron cinco largos años de
espera, y hoy se ven recompensados con una maravillosa vista que no se escapa
del lente de mi cámara que, a pesar de estar un poco trajinada, registra cada
elemento que compone esta obra de Dios.
Increíblemente no sé para dónde
ir luego de salir de las saladas aguas, pues a un lado tengo un pequeño muelle
donde se trepan los atractivos cangrejos con su particular andar, y al otro
extremo, grandes piedras agrupadas tan majestuosamente que, son perfectas para
tomar un selfie que valga oro.
No obstante, de lo que sí estoy
seguro es, que me siento tan feliz que mi corazón sabrá guardar con valentía
estas imágenes que hoy mis ojos disfrutan, y que mañana mi memoria se deleitará
en ellas.
Fotografías de @carlotorres_ en Instagram.